DEL POLVO A LA GLORIA. LA IMAGEN DE DIOS EN EL HOMBRE (MINISTERIOS LIGONIER)



 Del polvo a la gloria. Cuando consideramos el título de este estudio y la introducción de las Escrituras, me intrigan un poco las palabras del medio, «a la». Del polvo a la gloria.

Usamos esas palabras con frecuencia en nuestro idioma, ¿no es así? Decimos que algo es de la «A a la Z.» La Biblia habla que Israel subió a la región montañosa, por ejemplo. Cuando utilizamos estas palabras «a la», estamos hablando de una meta, un objetivo o un propósito.

Estamos describiendo algún tipo de movimiento que tiene su punto de partida aquí y un destino por allá. Recuerdan nuestro estudio de Génesis 1, en la primera frase del Antiguo Testamento tenemos la afirmación de que existe un punto de partida en el tiempo y el espacio, pero que lo que comienza en un determinado punto en el tiempo y espacio está moviéndose.

No solo los planetas se mueven en sus órbitas, sino que la historia misma se está moviendo. Se mueve a un punto designado. Y en el concepto hebreo de la historia, estamos hablando de la historia que se inauguró con el acto de la creación de Dios, y que tiene su meta y su consumación en el propósito redentor de Dios. Me gusta contar la historia de una de mis nietas que, ahora mismo, tiene más o menos tres años. Tan pronto como aprendió a hablar, mi hijo empezó a enseñarle el catecismo infantil con preguntas muy simples. «Darby, ¿quién te hizo?» Y Darby decía: «Dios me hizo.» Mi hijo tenía esas preguntas y la que más me gustaba y que solía preguntarle a Darby cuando ella tenía dos años de edad era: «Darby, ¿por qué Dios te hizo a ti e hizo todas las cosas?» Darby decía con simpleza, «Para su gloria».

Y pensé: «Espero que ella nunca, nunca jamás se olvide de eso». Ese es el punto, la pregunta del «por qué». ¿Por qué un mundo? ¿Por qué la gente? ¿Por qué la historia? Para su gloria.

Ahora, cuando utilizamos la palabra «para» en este caso, o las palabras «a la,» estamos incorporando en nuestras mentes una idea muy importante, la idea de propósito. Ahora, cuando leemos las Escrituras, estamos leyendo un libro que va mostrando en cada página un propósito divino para tu existencia, para mi existencia, y para la existencia de todo este universo.

Hace poco estaba de vacaciones con mi esposa. Y no estoy acostumbrado a estar a tal nivel de relajación donde no hay «nada que hacer», porque realmente he encontrado que es imposible no hacer nada. «Nada» no es otra cosa que «lo que no es». Y dado que ‘no es’, no puedo hacerlo.

Así que yo le decía a mi esposa todos los días, «¿Qué quieres hacer hoy? ¿Qué vamos a hacer?» Le estaba haciendo una pregunta de propósito. «¿Cómo usaremos este tiempo?» «¿Cuál debería ser nuestro objetivo? ¿Cuál debería ser nuestra meta?» Ahora, cuando nos sumergimos en la historia de la creación de la humanidad, al final de capítulo 1 del Génesis, tenemos este registro.

Génesis 1:26: «Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.”

¿Lo puedes ver? Al igual que en la primera línea del Antiguo Testamento, aquí hay una descripción del obrar de Dios con propósito. Dentro de la Divinidad, hay una conversación. Dentro de la Trinidad hay un acuerdo. Dentro de la Divinidad, hay un plan de acción. Y no es como si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo estuvieran de vacaciones, y uno le dice al otro: «Bueno, ¿Qué vamos a hacer hoy?»

Sino que hay una declaración de propósito que viene de Dios mismo cuando Él dice, «Vamos a hacer algo. Hagamos ahora al hombre a nuestra propia imagen». Ahora, de nuevo, esta es una declaración tan sencilla en Génesis que podemos inclinarnos a pasarla con rapidez y dejar de señalar su profundo significado.

Si hay alguna crisis en el pensamiento humano y la filosofía a finales del siglo 20, sobre todo en el mundo occidental, es una crisis que se centra en esta palabra: «propósito». Y la crisis de propósito se une junto con el eclipse de la idea de la creación divina, porque está implícito en la idea de la primera línea de la Escritura que en el principio Dios creó los cielos y la tierra.

Y es está idea de que el mundo y todo lo que hay en él, no es un accidente, sino, más bien, que todo ha llegado a ser a través de una decisión inteligente, ordenada de un ser sobrenatural que tiene un propósito para todo lo que hace. Pero si adoptamos la visión del mundo que predomina hoy, nos separamos instantáneamente de toda esta idea de propósito porque, ¿qué se nos dice? Se nos dice que somos el producto de fuerzas ciegas del azar. Como un filósofo dijo, «Somos gérmenes adultos que hemos surgido del fango por casualidad. Somos accidentes cósmicos sin propósito inherente a nuestra existencia».

Es por eso que Albert Camus hizo la observación filosófica a mediados del siglo 20, de que solo queda una pregunta por considerar a los filósofos, y esa es la pregunta del suicidio ya que el suicidio se convierte en una opción cuando no hay respuesta a la pregunta: «¿Por qué?» En el momento en que creo que mi vida no tiene propósito y que la historia no tiene propósito, y el universo mismo no tiene propósito, si es que aún pienso, tengo que hacer la pregunta que planteó Camus.

Hamlet lo dijo de esta manera: «Ser o no ser, esa es la pregunta». Lo que hizo es ponerse a reflexionar sobre su propio dilema, «¿Ser o no ser? Esa es la pregunta». ¿Qué es lo más noble en la mente, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponerse al acabar con ellos? ¿Qué estaba preguntando? Él dijo: «Aquí estoy, tirado en mi existencia en este momento y lo que enfrento, según lo que puedo ver son golpes y flechas — ¿de qué?» De la fortuna, fortuna injusta.

Esa es una manera sofisticada e isabelina de considerar la existencia humana solo como un producto del azar — que tu vida es un evento fortuito. Y eso es lo que el punto de vista imperante de nuestra cultura le está gritando cada día a nuestros hijos. «Tú eres un accidente cósmico». «Eres un germen adulto». «Vienes de la nada, vas a la nada, pero mantente tranquilo cuando enfrentes el azar y la suerte, las cuales son adversas».

Pero la pregunta que se plantea es un asunto de nobleza, un asunto de virtud. ¿Qué es lo más noble en la mente, sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponerse, acabar con ellos, morir? Esa es la opción: morir. ¿Y luego ¿qué? Dormir, tal vez soñar. Ahí está el problema. Porque en aquel sueño de muerte, los sueños que puedan surgir cuando hayamos muerto deberían darnos una pausa, ahí está el aspecto que se vuelve una calamidad. Oh, adiós vida”.

Él está diciendo, «¿Qué pasa si hay algo más allá? ¿Qué pasa si soy responsable? ¿Qué pasa si hubiera un propósito para mi existencia? ¿Y qué si hay más que una fortuna injusta en la que me encuentro?» Esa pregunta que hace eco en la literatura, en el cine, en cada medio cultural, es el tema del propósito. ¿Quién soy? ¿Por qué soy?

La respuesta a esta pregunta se encuentra al final del capítulo 1 cuando Dios dice, «Hagamos al hombre.» En donde el acto del origen de la existencia humana es el resultado de una decisión inteligente de un ser omnisciente y eterno que sabe lo que está haciendo. Como lo dijo alguna vez Albert Einstein, «Él no juega con dados». Lo que Einstein estaba diciendo es que el origen del universo no es producto del azar sino que es la obra de una deidad intencional.

Yo podría decir que el problema que separa las visiones del mundo en nuestro día se reduce a esta pregunta: «¿Hay un propósito para tu existencia o no lo hay?» Y si no hay Dios, te garantizo que no hay propósito. Y si no hay propósito, entonces no hay Dios.

Pero si hay un Dios, entonces hay un propósito. Y si hay un propósito debe haber un Dios. Incluso Aristóteles entendió eso. O mejor dicho, especialmente Aristóteles entendió eso. “Hagamos al hombre a nuestra imagen,” y así, la Escritura nos habla del origen de la humanidad.

Y el lenguaje que se utiliza aquí en Génesis es un poco difícil de comprender, porque se nos dice que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. ¡Guau!

Después de todas las etapas anteriores de la creación donde Dios hace los árboles y hace los ríos y hace la luz del sol y divide los días y llena el agua con peces, y el aire con las aves, y hace que todos los distintos tipos de reptiles y todos los demás animales. Y cuando mira hacia atrás y ve lo que Él ha hecho, Él pronuncia su bendición y dice: «Es bueno».

Pero Él no ha llegado a la cima de su obra hasta que dice: «Después de que tengo todas estas criaturas y todos estos habitantes y todas estas cosas dominando y llenando el universo que he hecho, miro y veo que nada lleva mi imagen, nada tiene mi semejanza. Y así Dios dijo: «Vamos a hacer una obra creativa cuyo propósito sea ser a mi imagen y semejanza. Voy a hacer una criatura. No puedo, evidentemente, crear otro Dios.

Ni siquiera Dios puede crear otro Dios porque este segundo Dios, por definición, sería una criatura. Él sería finito, dependiente, derivado, contingente y todo lo demás. Esa es una de las cosas que Dios no puede hacer. No puede clonarse a sí mismo.

Así que no puedo simplemente duplicarme a mí mismo. Pero voy a crear una obra especial, con una capacidad especial para ser como yo, para llevar mi imagen, para reflejar mi gloria, para mostrar mi carácter al resto de la creación.

Y tomaré esta obra creativa y le daré dominio sobre todo lo demás. Así que todas las otras cosas, todas las demás criaturas en este mundo estarán subordinadas a esta criatura, que es la portadora de mi imagen». Así Dios nos crea a su imagen y semejanza. Ahora eso no quiere decir que somos exactamente como Dios. Pero hay cierta analogía, alguna analogía del ser, alguna manera en que nosotros, como seres humanos, somos como Dios.

Los filósofos y teólogos han especulado durante siglos, sobre qué es lo que precisamente implica esta idea de la imagen de Dios. Y en general lo que se asume que, al menos, parte de lo que significa ser a imagen de Dios es que Dios es un ser inteligente. Él es omnisciente. Él piensa. El está apercibido. Él es consciente.

Mira Star Wars y toda la película repite una misma línea una y otra vez, «Que la fuerza te acompañe». Pequeño consuelo el tener una fuerza contigo. ¿Qué significa eso? ¿Una descarga eléctrica? ¿Gravedad? ¿Un maremoto? ¿Erupción volcánica?

Todas esas son las manifestaciones de la fuerza, pero ¿podemos concebir la fuerza sin inteligencia? Ser hecho a imagen de Dios significa ser capaz de ser parte de este increíble fenómeno que llamamos pensar, reflexionar, decidir, aprender, conocer, razonar.

No podemos pensar como Dios piensa, como si tuviéramos omnisciencia o que seamos infinitos en nuestra perspectiva. En lo absoluto. Pero tenemos un punto de similitud, un punto de semejanza. No solo eso, sino que, al ser creados a su imagen, también somos criaturas morales. Vamos a estar estudiando próximamente, la historia de la caída en el Antiguo Testamento, la gran tragedia, por así decirlo, de la historia humana.

Pero lo único que se requiere para caer en la corrupción moral, es que debe haber una naturaleza moral con la cual empezar. Cuando la lluvia cae de los cielos y las gotas de agua golpean la tierra, no lo consideramos como si fuese pecado. Nosotros no pensamos en esto como una caída moral o como un asunto de corrupción.

Cuando un objeto cae al suelo, simplemente obedece las leyes de la naturaleza, de la gravedad en ese momento. Pero cuando hablamos de creación y redención, el gran problema que se está resolviendo en el ámbito de la historia bíblica es el problema de una caída moral.

Pero para que haya un problema de caída moral, primero tiene que haber una criatura moral. Y así, cuando Dios nos hace, Él no solo nos hace seres inteligentes, seres pensantes, seres racionales, sino que Él nos da una voluntad. Él nos da emociones para que podamos tomar decisiones y participar de acciones que son de tipo moral. No hay nada moral o inmoral en el rodar de una piedra o el soplo del viento, porque el viento no tiene conciencia. El viento no es más que una fuerza. En una palabra, lo que le falta es personalidad.

Pero cuando Dios crea y hace criaturas a su imagen, las hace personas. Tú eres una persona y entiendes, aunque no seas capaz de articular filosóficamente lo que implica la personalidad y lo que esto involucra con precisión. Sabes lo que significa cuando escuchas la palabra. Sabes que eres una persona, y todo lo que implica ese concepto dinámico de la personalidad.

Pero la personalidad que Dios inicia u ordena en la creación no es unidimensional. No es unisexual. No es andrógina. Sino que, Él crea a estas personas, hombres y mujeres. Así que, incluso dentro de la esfera humana de la creación, Dios crea un escenario para una relación que es magnífica entre un hombre y una mujer. Y Él capacita y dota a estas personas con una habilidad única para reflejar la misma gloria de Dios. Creo que muchas veces olvidamos el objetivo de la historia de la creación, porque se nos dice en el Génesis que todo el proceso de la creación se realiza en siete días. Y algo diferente, y único sucede en cada día de la creación.

Y el día de consumación para el judío nunca es el sexto día. Siempre es el séptimo día. Así que el día final es el séptimo día. El penúltimo día es el sexto día. ¿En qué día fuimos hechos? No en el séptimo, sino en el sexto. Debido a que el séptimo día es santo.

Ha sido hecho sagrado. Creo que en ese mismo acto, en esa misma obra de la creación, Dios le está diciendo algo a esas criaturas que Él hizo en el sexto día. Él nos está diciendo algo acerca de nuestro propósito. Que tú, como persona hecha a la imagen de Dios, has sido hecho para lo sagrado. Has sido hecho para lo Santo. Has sido hecho para reflejar su gloria.



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