“Del polvo a la gloria”. Esas son las palabras que estamos utilizando para enmarcar toda la extensión de la historia bíblica, porque el propósito del estudio que iniciamos hoy es brindarles un breve panorama de las Sagradas Escrituras.
Viene a mi mente el momento inicial cuando nuestro Señor mismo fue confrontado con todo el concentrado arsenal del infierno, cuando en el desierto de Judea, Satanás vino a Él y trató de hacerlo caer; en ese encuentro Jesús le dijo a Satán: «No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».
Creo yo que si hay algo que captura la esencia de la vida de Cristo era su pasión por hacer precisamente eso, que cada paso que dio, cada palabra que dijo y toda obra que logró fue hecha siempre con la intención de obedecer toda palabra que sale de la boca de Dios.
Recuerdo que hace muchos años atrás, cuando empecé a enseñar, me encomendaron enseñar Introducción al Antiguo Testamento y luego Introducción al Nuevo Testamento, y tenía estudiantes que se acercaban a mí con gran entusiasmo y alegría diciendo: «Profesor Sproul, haces que la Biblia cobre vida para mí».
Por un lado, apreciaba mucho el cumplido y la adulación; en ese lado, el lado de la carne; pero había otra parte de mí que estaba angustiada por ese tipo de comentario. Y solía decirle a esos estudiantes que estaban tan emocionados, que estaba encantado de que respondieran de esa manera durante su viaje inaugural en el estudio las Sagradas Escrituras, pero también les decía: «Miren, yo no puedo hacer que la Biblia cobre vida porque no puedo hacer que algo cobre vida si ya está vivo. Ahora, no hay nada de malo en la Sagrada Escritura. Lo que podrás notar con mi ánimo y mi emoción es mi respuesta a las Escrituras. Sería más preciso decir que la Biblia me hace cobrar vida, en lugar de que yo haga que la Biblia cobre vida».
Hoy, en este escenario donde estoy exponiendo podemos ver todas esas Biblias que están puestas en las estanterías, vemos la diversidad de formas y tamaños, versiones y ediciones, y con las justas encontraremos una casa en EEUU donde no haya al menos una versión de la Biblia que esté guardada en un librero.
Y tenemos discusiones sobre la naturaleza de la Escritura y los argumentos sobre su autoridad y su inspiración, su infalibilidad, cómo se supone que debemos interpretarla. Esas cosas; pero la gran crisis de nuestros días, amados, es la crisis del abandono del contenido de este libro.
No nos hace bien si solo tenemos un alto concepto de las Escrituras, pero desconocemos lo que se encuentra en sus páginas sagradas, y sé que muchas personas cristianas comienzan con gran determinación al inicio de su vida cristiana y dicen: ‘Yo voy a leer la Biblia de principio a fin’. He hablado con grupos en distintas partes a quienes les pregunto: ¿Cuántos de ustedes han leído el libro del Génesis? Y la mayoría levanta la mano.
Y luego les digo: Ok, ¿y qué de Exódo? Levantan su mano. ¿Levítico? Las manos empiezan a bajar. ¿Y Números? ¿Deuteronomio? Las manos continúan disminuyendo. Luego me miran y dicen: ‘Es que no tengo la menor idea cómo leer el Antiguo Testamento. Los detalles me son extraños, son raros.’ Y cosas por el estilo.
Pero toda la Escritura nos ha sido dada por Dios para nuestra instrucción, para probarnos y para nuestra edificación. En el pasado he visto que si empezamos con un estudio amplio de los principales temas de las Escrituras, eso puede darnos ‘los ganchos’ por así decirlo, para colgar nuestro sombrero, y luego volver y ver cada libro de la Biblia, y finalmente cada versículo.
Esas tres palabras son: ‘principio’, ‘Dios’, ‘creó’ porque en estas tres palabras tenemos las afirmaciones centrales del cristianismo bíblico, que aparta al cristianismo de toda forma de ateísmo, toda forma de naturalismo, toda forma de secularismo, de humanismo, de existencialismo y todos los otros ‘ismos’ que compiten con la fe cristiana por captar la lealtad de la gente en nuestros días. Se podría decir que la frase más controversial de toda la Escritura, es esta primera que dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”.
La polémica empieza temprano. Empieza con esta primera palabra: ‘principio’ porque lo que se afirma aquí, en esta declaración es de donde el libro del Génesis toma su nombre –aquello que es generado, lo que tiene un origen; aquello que, evidentemente, tiene un principio, un punto de inicio en el tiempo.
Y cuando hablamos sobre el progreso de la historia de la redención, del polvo a la gloria, estamos haciendo una afirmación que es radical para el entendimiento pleno de quiénes somos como personas, el significado nuestras vidas y lo que se supone que debemos ser en este mundo.
Lo que estamos diciendo es que hay una historia, y que esta historia tiene un punto de partida en el tiempo y que el tiempo mismo tiene un comienzo. Ahora, eso puede parecer algo que simplemente damos por sentado, pero no se da por sentado en los medios filosóficos que compiten en nuestra cultura hoy en día.
Volviendo atrás, al siglo XIX, a la filosofía de Friedrich Nietzsche, quien es famoso por su declaración sobre la muerte de Dios. A principio de sus estudios filosóficos, de hecho, cuando Nietzsche era estudiante y escribía su tesis doctoral, miró de nuevo hacia el conflicto de ideas que ya había surgido en el mundo griego antiguo, y él recuperó para su época lo que llamó el mito del eterno retorno, una idea que estaba enraizada en una antigua filosofía griega, que dice que el universo no tiene un comienzo, un punto de partida; sino que el universo y todo lo que contiene es básicamente eterno,
Y que todo da vueltas y vueltas y vueltas sin un principio y sin un final. Esto es capturado o resumido en una de las piezas más importantes de la literatura en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el libro de Eclesiastés aborda la noción pagana del escepticismo que está vinculada con esta idea, donde el sol se pone (de ahí tomó prestado Hemmingway para el título de su libro) el sol también sale y luego se pone, y vuelve a salir, se pone, sale. Y empiezas a ver este ciclo que lleva a la conclusión de que no hay comienzo con propósito, no hay un punto final específico de la historia humana o de la historia natural, y el resultado es vanidad de vanidades.
Todo es vanidad porque estamos, en sentido cósmico, presos en la trampa de correr en círculos que no llevan a ninguna parte. Pero al inicio de la Sagrada Escritura está la afirmación de que existe un comienzo, que hubo un tiempo cuando el universo no existía.
Ahora, sabemos que incluso en las teorías cosmológicas modernas, hay mucho debate sobre cómo el universo llegó a la forma actual y a su actual estructura.
Ha habido debates entre el punto de vista del estado estacionario de la cosmología y el universo en expansión versus la cosmología del big bang y todo eso; pero el consenso hoy en día es que hubo un punto en el tiempo, hace 15 a 18 mil millones de años, según algunos cálculos, donde de repente, hubo esta explosión masiva en que toda la materia existente y la energía anterior a ese momento estaban condensadas en un diminuto punto que se llama punto de singularidad;
Y luego, un martes en la tarde explotó y los resultados de esa explosión siguen repercutiendo en todo el espacio exterior, Y aunque, en muchos casos, a la gente no les gusta especular sobre lo que pasaba antes de eso, por lo menos esto supone que hubo un principio,
Y si hubo un principio para este mundo, la pregunta obvia que se convierte en el asunto central de la controversia y debate es: ¿cómo empezó? ¿qué lo originó? Si todo se encontraba en un estado de organización pura por la eternidad, toda la materia, toda la energía condensada y comprimida en este punto de singularidad infinitesimal en un estado eterno de inercia, ¿Por qué se movió?
Tú conoces la ley de inercia: Las cosas en reposo tienden a permanecer en reposo, a menos….. ¿qué? Actúe sobre ellas una fuerza externa. Aquellas cosas que están en movimiento tienden a permanecer en movimiento a menos que actúe sobre ellas una fuerza externa.
Los cosmólogos, como Jastrow, dicen que tal vez la montaña que los científicos están escalando hoy en día, cuando lleguen a la cima de…. esa…. montaña, encontrarán a los teólogos esperando por ellos, ya alrededor de la carpa, esperando para decirles que tiene que haber una fuerza externa para que algo cambie, se mueva o llegue a existir. Porque lo único que sabemos con certeza, incluso aparte de la obra de la Sagrada Escritura, es que si alguna vez hubo un momento cuando no había nada, todo lo que hubiera ahora sería nada, Incluso no sería correcto decirlo porque tú no puedes decir que no habría nada porque nada no existe, y el término “que no hay nada” sería auto-contradictorio ¿cierto?
La idea aquí es que hay una diferencia radical entre toda la existencia de las criaturas, todo lo que es parte de este universo temporal finito y su autor. Por eso el cristianismo no se detiene al simplemente afirmar: “En el principio” sino que dice: “En el principio Dios…” Hasta ahora, no hay ningún argumento para la existencia de Dios. Todo lo que tenemos al inicio de la Sagrada Escritura es la declaración audaz de que Dios es el autor de todo lo que existe.
“En el principio Dios…” Si hay alguna especie de principio para cualquier cosa, lo que tiene un principio en el tiempo debe tener algo que le preceda o no podría comenzar. Es sencillamente otra manera de decir lo que dije hace un momento, si alguna vez hubo un momento en que no había nada, no podría haber algo ahora.
Ahora bien, aquí estamos hablando de lo que afirma la Escritura sobre el comienzo del espacio y el tiempo, el comienzo del universo creado, pero para que haya un principio del universo creado, debe haber algo que está por encima y más allá del universo creado, algo que no tiene principio, algo que es en sí mismo, que es eterno y que existe por sí mismo, algo que tiene el poder de ser en sí mismo. Y eso es también parte de la afirmación radical de la primera aseveración de la Sagrada Escritura, la proclamación de la realidad de la existencia de Dios.
Ahora, voy a volver esta palabra en un momento, vayamos a la siguiente. En el principio Dios hace algo. No solo nos anuncia la existencia de Dios en el primer capítulo del Génesis, sino que el libro del Génesis presenta a Dios en acción, Dios está haciendo algo. Y lo que está haciendo aquí es la obra más extraordinaria y excepcional que jamás se haya hecho en términos de actividad: es la creación del universo.
Sé que usamos la palabra “crear” de manera metafórica. Me gusta incursionar en el campo de las artes. Me gusta tocar el piano. No soy muy bueno en eso, para ser sincero. He incursionado en la pintura como un amateur, leí libros sobre estos temas, y ellos exponen sobre la creatividad inherente del músico o de artista,
Y me parece que es divertido saca la paleta prepararla, conseguir los pequeños tubos de pintura y esparcir su contenido sobre ella, como lo haría un niño jugando en el barro, y empiezo a mezclar los colores y los pruebo sobre el lienzo y al verlo pienso, eso no se ve tan bien; y por eso trato de cambiarlo. A esto le llamamos creatividad. Pero en realidad no hay creatividad aquí para nada, en el sentido bíblico.
Todo lo que estoy haciendo es tomar sustancias que ya existen, les doy forma, los mezclo y los organizo sobre un lienzo; así que, la creatividad que tiene el artista es una creatividad a medias, una creatividad en el marco de algún tipo de medio.
Pero el punto de vista bíblico es mucho más sorprendente que eso debido a que el punto de vista bíblico presenta un acto de creación donde no hay medio. No es como si hace 15 a 18 mil millones de años, Dios bajó con su pincel y su paleta y empezó a mezclar su pintura, y a dar forma, y a imaginar y a dibujar, y a organizar una imagen.
No, no había pintura, no había pinceles. Tampoco había paleta, ni lienzo. Y por eso, en teología bíblica, cuando nos acercamos al relato bíblico de la creación, entendemos este principio que Dios crea ex nihilo, que significa “de la nada”
Que no hay materia pre-existente que Él forme, genere o arregle, sino que lo que existe llega a ser, a través de este poder activo que sólo Dios tiene. Como indica el Nuevo Testamento en los escritos del apóstol Pablo, que solo Dios tiene el poder de traer vida de la muerte y algo de la nada. ¿Cómo lo hizo? De Nuevo, creo que hay un gran valor en seguir el movimiento de los cuerpos celestes y especular sobre lo que sucede cuando varios gases y elementos chocan entre sí y se mezclan, y cómo se forman los mares y cómo crecen las flores.
Creo que hay un gran, gran valor en el estudio del reino natural. Dios mismo nos ha llamado a hacer eso. Pero ningún estudio que describa las cosas que suceden entre los intrincados patrones y en el funcionamiento de las fuerzas de la naturaleza, puede dar cuenta de esto.
Esta es la obra suprema, que no solo es natural, sino que es sobrenatural. Es decir, que nos lleva más allá del teatro de la naturaleza hasta el principio de la naturaleza, al autor de la naturaleza, que crea todo de la nada.
Otra vez, la Biblia no nos da una descripción científica de cómo Dios lo hace. Lo único que se nos dice en Génesis sobre el modo de la creación de Dios es que Él crea por el hablar de Su palabra. San Agustín le llama a esto el Imperativo Divino. El imperativo Divino o el Fiat Divino, no se confundan con el pequeño auto italiano.
Un imperativo divino se refiere sencillamente al mandamiento transcendente majestuoso y santo de Dios, donde Él habla al vacío….. y dice sea…..: “S E A” ……y por el gran poder de la orden de alguien que eternamente tiene el poder de ser en sí y por sí mismo, inicia un universo. Veamos el texto rápidamente, por un segundo. “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba sin orden y vacía, y las tinieblas cubrían la superficie del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas.”
Aquí, en el verso 2 de Génesis se nos da una descripción gráfica del universo desordenado, sin estructura, en realidad no-creado; universo que es descrito en términos de tres negativos básicos: el desorden, el vacío y la oscuridad. Si ves la forma en que esas tres palabras se utilizan en el imaginario de la cultura antigua, esos tres términos tienden a combinarse, para abarcar y capturar tres de las ideas más amenazantes que puede haber para el significado y la existencia humana.
El desorden es realmente inimaginable, porque la absoluta ausencia de orden sería el caos absoluto, y ni siquiera se podría reconocer el caos como caótico sin alguna idea de forma. El vacío es la expresión que usamos para describir las peores sensaciones de nuestras almas, cuando sentimos miedo o solos, y decimos que nuestras vidas están vacías.
Imaginen, no solo una casa vacía, una cama vacía, un garaje vacío; sino que, imaginen un universo vacío, sin forma, la nada. Oscuridad, la oscuridad en sí misma es un término negativo porque la oscuridad no se trata de la presencia de algo, sino que es la ausencia de algo, la ausencia de luz. Todo lo que tenemos hasta ahora en esta descripción es el vacío, el desorden, el abismo y la oscuridad.
En el verso 3 se menciona un nuevo agente: “y el Espíritu de Dios se movía” sobre el abismo, sobre lo profundo, sobre esta oscuridad y vacío; luego oímos por primera vez la voz de Dios y Dios dice: “Sea la luz”. Al instante, la luz irrumpe en el universo, echa fuera las tinieblas, vence la oscuridad, empieza a llenar los espacios vacíos y comienza a proporcionar una estructura para que Dios forme su mundo con las aguas, los árboles, las plantas y los animales, y, finalmente, con gente.
Pero la misma realidad en la cual vivimos cada momento de nuestras vidas es totalmente inexplicable excepto que alguien, de alguna manera, en algún lugar, diga: “Sea” y por el poder y la fuerza de ese mandato, las luces se encienden y un mundo comienza; y Dios prepara el escenario al recoger con sus manos el polvo y preparar una criatura para Su gloria.
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