EPÍSTOLA A LOS ROMANOS 1

 

 




El tema del Espíritu en esta epístola es evidentemente revelar la relación de Dios con el hombre y del hombre con Dios —la manera en que Dios podía ser justo al justificar al hombre. Por ello, es el fundamento de toda verdad.

CIRCUNSTANCIAS DE LA REDACCIÓN DEL LIBRO

Autor: EL apóstol Pablo es el autor indiscutido de Romanos. Gracias a Hechos y algunas afirmaciones de Romanos, sabemos que Pablo escribió la carta en la primavera de 57 d.c., mientras estaba en Corinto, de camino a Jerusalén. (Hechos 20:3)

Contexto Histórico: Es la carta menos local del apóstol, ya que aún no había estado en Roma. Surge de su obra misionera como todas las otras epístolas. Trata de las necesidades y problemas de la iglesia. Este escrito supuso una oportunidad de exponer las buenas nuevas del evangelio y explayarse sobre la esencia del pecado, la salvación alcanzada en la cruz, la unión del creyente con Cristo, la obra santificadora del Espíritu Santo en el cristiano, el lugar del pueblo judío en el plan de Dios, las cosas futuras, y la vida y la ética cristianas.

Mensaje y propósito: El propósito del apóstol al escribir Romanos se infieren de sus propias declaraciones en la epístola. El apóstol declara expresamente que quería impartir fortaleza espiritual a los creyentes de Roma, pidió oración por la difícil tarea que estaba emprendiendo y para que pudiera ir a verlos y esperaba que las iglesias romanas apoyasen su misión en el oeste del imperio.

La carta muestra que las iglesias experimentaban tensiones en creyentes de diferentes trasfondos. El apóstol deseaba que se unieran para evitar divisiones y las falsas enseñanzas. También revela su postura respecto a la distinción entre cuestiones esenciales e indiferentes dentro de cristianismo.

Contribución a la biblia:

¿Qué es el evangelio? La palabra evangelio significa “buena noticias”. Las buenas noticias se refieren a Jesús y a su obra por nosotros.

La mayoría de estudiantes de la Biblia dirían que el evangelio se delinea en:

1 corintios 15:3-5 3 “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; y que apareció a Cefas, y después a los doce”.

Romanos completa este bosquejo y aclara el evangelio y aclara el evangelio en relación con las promesas del Antiguo Testamento, y de la ley Mosaica, el papel de las buenas obras y el don de la justicia de Dios. En esta carta se trata el tema de la relación entre justicia y justificación, con más profundidad y detalle que en ningún otro lugar de la Biblia. Pablo sigue el rastro del pecado hasta su origen en nuestra unión con Adán y la imputación del pecado original. También identifica la propagación del pecado humano y sus resultados tanto en los creyentes como en los incrédulos.

Los tres pasajes teológicos mas importantes del Nuevo testamento (cada uno de ellos, una oración larga en el texto griego) son:

Juan 1:14 sobre la encarnación

Efesios 1:3-14 sobre el propósito y la Gloria de Dios trino

Romanos 3:21-26 sobre la justificación, la redención y la propiciación.

Un cristiano que comprende estas tres oraciones, tendrá un sólido fundamento para su fe.

Divisiones de la epístola:

Se pueden observar claramente, tres divisiones en esta epístola:

1.-Los capítulos 1 a 8 revelan a Dios el Justificador —el evangelio de Dios a judíos y gentiles sin diferencia, exhibiendo a ambos la misma gracia.

En Romanos 6-8 El apóstol Pablo presenta el desarrollo más integral de nuestra unión con Cristo y la obra del Espíritu Santo en nosotros.

2.- Los capítulos 9 a 11 exponen que Dios no ha olvidado Sus promesas a Israel, sino que a su debido tiempo las cumplirá todas a ellos como nación.

Ha sido llamado la clave para comprender la Biblia.

3.-Los capítulos 12 hasta el final contienen la parte preceptiva (ordenados por un precepto).

Romanos 13 es el pasaje clásico del Nuevo Testamento sobre la relación del cristiano con el Estado y sus obligaciones hacia él.

Romanos 14-15 se ocupa de como pueden los cristianos relacionarse unos con otros, aún cuando tengan opiniones y convicciones diferentes respecto a cuestiones religiosas secundarias.

Tenemos, por otra parte, una subdivisión muy importante en los primeros ocho capítulos. Hasta el capítulo 5:11 se trata de la justificación respecto a los pecados; luego, hasta el final del capítulo 8 se trata más de la cuestión de la justificación y de la liberación respecto al pecado. Pasaremos ahora al capítulo 1.

CAPÍTULO 1

«Pablo, siervo de Jesucristo.»

Pablo Se autodenomina “siervo”. La palabra siervo (griego, doúlos) se traduce mejor “esclavo”. El esclavo era una pertenencia que se compraba por un precio, no recibía salario y tampoco podía renunciar. El siervo, en cambio, podía renunciar, recibía paga y era libre. Jesús mismo tomó la forma de "doúlos".

Filipenses 2:5-7 “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres”

El apóstol Pablo les recordó a los cristianos: “no sois vuestros…”

1 corintios 6:19 “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?”

El apóstol Pablo afirmaba de esta manera que él no era siervo de ninguna sociedad ni de ningún partido, sino de Jesucristo. ¡Cuánto nos cuesta seguir al apóstol Pablo en estas cuatro palabras, y sin embargo cuánta importancia tienen, si el servicio ha de ser aceptable para Cristo!  Esto nos ayudará a reflexionar en cuanto a nuestra vida y servicio.

«Llamado a ser apóstol» Cuando el Señor le sale al encuentro y lo llama, le encomienda la tarea de un apóstol. “apóstol por llamamiento”. fue constituido apóstol en el acto y sin autoridad humana alguna. Fue llamado a actuar y a predicar como apóstol porque lo era, no para que llegase a serlo.

Gálatas 1: 11-12 “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.

Así el apóstol Pablo fue «apartado para el evangelio de Dios». Este mismo versículo es de gran importancia para nosotros si queremos hacer la voluntad de Dios.

Aquí vemos a Pablo como siervo de Jesucristo, apóstol por llamamiento, apartado para el evangelio de Dios. Esta palabra “apartado”, o separado, tiene un gran significado —separado del mundo, de la ley y del judaísmo a las gloriosas buenas nuevas de Dios. En esta epístola no tenemos el tema de la iglesia, sino del evangelio de Dios. La iglesia no era tema de promesa, pero el evangelio sí (“que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras”). A partir de Génesis 3 y en adelante, las Escrituras contienen abundantes promesas tocantes al evangelio de Dios, “acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo”.

Cristo y su persona debe ser siempre el principio y el fin del evangelio que predicamos. Él “era del linaje de David según la carne”. En Él, como Hijo de David, se cumplían todas las promesas. El Santo fue hecho carne (vino a ser hombre verdadero), descendiendo de Su gloria eterna en medio de una raza caída y culpable bajo pecado y juicio, y en Su estado de humanidad sin pecado, ¡fue a la cruz! En Sí mismo enteramente puro, y sin embargo fue hecho pecado para llevar todo el juicio contra el pecado hasta la muerte, y descendió así a la muerte misma y nos liberó del poder de la condenación, que tenía derecho sobre nosotros. Él nos ha liberado de nuestras iniquidades.

Aunque Él se hizo hombre en semejanza de carne de pecado, sin embargo, Él no “nació en pecado” y no estaba contaminado, al revés que nosotros, que hemos nacido de “carne de pecado” y que formamos parte de la humanidad caída, de la humanidad pecadora. Él fue siempre el Santo de Dios, y fue por ello determinado, o “declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”.

El apóstol nos enseña a contemplar al Hijo de Dios, puro e incontaminado, a lo largo de todo Su camino aquí abajo, no sólo en sus benditas acciones, sino también en Su naturaleza, santa, en conformidad al Espíritu de santidad. Así, aunque en medio del mal, Él vino en amor hacia nosotros, y vino a participar en simpatía de todo el dolor que el pecado ha introducido y fue tentado desde fuera en todo según nuestra semejanza; pero en Sí mismo, Su santa naturaleza estaba totalmente exenta de pecado. Todo esto quedó patente en el hecho de que, tras haber cumplido nuestra redención, Dios lo resucitó de entre los muertos.

Personalmente, la muerte no tenía derechos sobre Él —no le podía retener. Por cuanto Él era según el Espíritu de santidad, Dios, en justicia, tuvo que levantarlo de entre los muertos y recibirlo a la gloria. Él había glorificado a Dios en la naturaleza humana, y, como hombre, está ahora resucitado de entre los muertos según el Espíritu de santidad, y allí está ahora en el cielo, el Hombre que ha glorificado a Dios. Debemos comprender claramente lo que Él es en Sí mismo, y luego comprenderemos mejor lo que Él ha hecho por nosotros y lo que Él es por nosotros ahora, resucitado de entre los muertos.

De Cristo ya resucitado de entre los muertos, el apóstol Pablo recibió “la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre”. Es importante observar esto que sigue: Todo lo que Pablo fuese como apóstol, todo lo había recibido por gracia.

Así era como el Apóstol contemplaba a los santos en Roma. A ellos se les había mostrado esta misma gracia.

Romanos 1:6 “entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo”

Así la gracia resplandece con toda su plenitud. Aquel que había ido al encuentro de Saulo en su camino a Damasco, Jesucristo el Señor, también había llamado a cada creyente en Roma.

Romanos 1:7 “A todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.

Las dos palabras “a ser”, introducidas por los traductores en la cláusula “llamados a ser santos”, cambian totalmente el sentido de este importante pasaje de la Escritura, y han sido causa de graves errores en la cuestión de la santidad. La palabra “llamados” es la misma que se emplea en el primer versículo, “llamado apóstol”, o “apóstol por llamamiento”. Así, esto significa “santos por llamamiento”. No habían sido llamados a alcanzar la santidad —lo que constituye el error común— , sino que así como Pablo había sido constituido apóstol por el Señor que le había llamado, así todos los creyentes en Roma habían sido constituidos en santos por llamamiento. Éste era el fundamento sobre el que eran exhortados a andar en conformidad con aquello que eran. Cada creyente es santo por llamamiento. Ha nacido de Dios, es participante de la naturaleza divina, que es santa.

Es santo en virtud del nuevo nacimiento. Ha muerto con Cristo, ha resucitado en Cristo —Cristo, que ha pasado por la muerte y es la resurrección y la vida, es su vida.

1 Juan. 5:19 “El que tiene al Hijo, tiene la vida”

Ahora bien, si posee la vida del Santo de Dios, esta vida, de la que es ahora participante, es tan santa como eterna. Todos los creyentes tienen vida eterna, y por ello todos los creyentes tienen una vida santa. El intento, por cualquier medio, de alcanzar lo uno o lo otro para poder ser aceptado es un total malentendido de nuestro llamamiento y de nuestros sublimes privilegios.

Toda la Escritura apoya esta verdad. La exhortación a la santidad práctica se basa en este principio:

1 Pedro. 1:14-16 “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”.

Sí, deben ser santos porque han sido hechos para renacer a una esperanza viva; están siendo guardados por el poder de Dios, porque han nacido de Dios; y, como hijos, han purificado sus almas por la obediencia a la verdad. En una palabra, así como eran santos por llamamiento y naturaleza, y teniendo el Espíritu Santo, debían dar toda diligencia a ser santos en vida y en conversación.

Juan expone la santidad de la nueva naturaleza como nacida de Dios. El que ha nacido de Dios no practica el pecado. En cada epístola se encuentra primero el santo llamamiento, y luego sigue como resultado el santo andar.

 1 Tesalonicenses. 1:1 “Pablo, Silvano y Timoteo, a la iglesia de los tesalonicenses en Dios Padre y en el Señor Jesucristo: Gracia y paz sean a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.

 1 tesalonicenses 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.

Es importante observar el puesto que tiene la Palabra, aplicada por el Espíritu Santo, tanto respecto al nuevo nacimiento como respecto a la santidad práctica.

Santiago. 1:18 “Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”

Juan. 17:17 “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad”

Debemos atender a esta verdad y no ir como las multitudes buscando ser santos mediante sacramentos y ceremonias. Muchos que escriben y que enseñan acerca de la santidad pasan totalmente por alto aquello en que es constituido cada cristiano por llamamiento y nuevo nacimiento y la morada en ellos del Espíritu. No cabe duda alguna de que esta es la causa de gran debilidad, error y de un andar muy por debajo de lo que debiera ser.

Romanos 1:7 “a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”.

No consideremos ligeramente estas otras preciosas palabras: “Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo”. 

¡Qué cambio respecto al judaísmo —el libre favor de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo, y paz a todos los amados de Dios en Roma! 

¿Llegan nuestras almas a entrar en el pleno sentido de estas palabras?

En lugar de una ley demandando en justicia una obediencia perfecta de parte del hombre, ahora tenemos una perfecta paz con Dios sobre el principio de un favor gratuito e inmerecido. Israel, si se hubiese mostrado fiel, sólo hubiera podido conocer a Dios como Jehová; nosotros lo conocemos como Padre. En esta epístola veremos como Su gracia y paz pueden fluir a nosotros sin estorbos y en perfecta justicia.

Revelando como lo hace esta epístola la base de la posición del pecador delante de Dios, observamos que lo primero por lo que el Apóstol da gracias a Dios es por esto: “que vuestra fe se divulga por todo el mundo”. De modo que la fe tiene el primer puesto.

Encontraremos que si crees en Dios, entonces puedes decir:

Romanos 5:1 “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo”

Romanos 1:9 “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de su Hijo, de que sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones”

El apóstol se movía por un corazón lleno del amor de Dios. Con un amor profundo hacia aquellos a los que nunca había visto. Y no se trataba de un mero servicio externo, sino “en mi espíritu”. Todo era hecho para Dios en el evangelio de Su Hijo.

Si hubiera sido siervo de los hombres, podría haber necesitado un llamamiento de parte de ellos para predicar en Roma o ser designado humanamente de alguna forma, pero aquí no tenemos este pensamiento. ¿Y por qué no debería ser igual en la actualidad? Si tuviéramos más energía divina, así sería. Pablo podía decir: “Pronto estoy”. Sí, dando la espalda al mundo, dice: “Estoy dispuesto en cuanto mi Dios abra el camino”. ¡Ah!, ¿dónde están los sucesores de Pablo? Que nuestro Dios nos despierte mediante la consideración de la senda de este consagrado siervo de Dios.


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