Aprendamos del Salmo 42

 

SALMO 42

Mi alma tiene sed de Dios

Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré.

Salmo 42:1-11 Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; De cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, Entre voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta. ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío. Dios mío, mi alma está abatida en mí; Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar. Un abismo llama a otro a la voz de tus cascadas; Todas tus ondas y tus olas han pasado sobre mí. Pero de día mandará Jehová su misericordia, Y de noche su cántico estará conmigo, Y mi oración al Dios de mi vida. Diré a Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo? Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, Diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios? ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.

El libro de los Salmos tiene una estructura como el pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la biblia, Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio. Desde el salmo 1 al 41, corresponde a concluir el Génesis. Esos eran los Salmos donde se hablaba de la creación como, por ejemplo, el Salmo 8 y el 19. Y luego vimos que el propósito esencial de Dios es el de llevar a Su Rey al Trono. Llegamos ahora al comienzo del Salmo 42, y la sección equivalente al Éxodo se extiende hasta el Salmo 72. Vamos a comprobar aquí, de la misma manera en que uno ve al comienzo del libro de Éxodo, que el pueblo de Dios se encontraba en una tierra extraña, lejos de la tierra prometida. Esa gente estaba sufriendo. Esta misma tristeza expresa el salmista; quien posiblemente se encontraba lejos del lugar de adoración en Jerusalén.   Me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, Y de los hermonitas, desde el monte de Mizar”.

Existen dos posibles autores para este Salmo. El mismo Charles Spurgeon señala, que: “Aunque no se menciona a David como el autor, este Salmo tiene que ser de su pluma; es tan davídico que huele a él; lleva las marcas de su estilo y sus experiencias en cada letra”. En contraste a estos teólogos, hay un grupo que  consideran como autor a algún  descendiente de los hijos de Coré. Recordemos que este Coré fue autor de  la rebelión del pueblo, siendo consumido por la justicia de Dios. Sus descendientes no obstante mantuvieron la fidelidad al Señor, sirviendo en el tabernáculo como sacerdotes. David designó hombres de la familia de Coré para que sirvieran como directores del coro y continuaron siendo los músicos del templo por cientos de años.

El tema central de este Salmo es el grito de un hombre que suspira por la casa de Dios, al verse apartado del culto externos al Señor y apartado de las ordenanzas. También es la voz de un creyente espiritual que está deprimido, que esta anhelante de la presencia de Dios. En este proceso de deseada renovación lucha con las dudas, con los temores y la depresión. Ante todo esto que le acontece, lo hace manteniéndose firme en su fe en el Dios vivo.

EL ALMA TIENE SED DE DIOS

El salmo comienza diciendo: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”

Así como la vida de un ciervo depende del agua, nuestras vidas dependen de Dios. Los que lo buscan y desean comprenderlo encontrarán una vida que no tiene final. Al sentirse separado de Dios, este salmista no descansaría hasta que su relación con Él se restaurara porque sabía que su vida dependía de ello.

Al verse excluido del culto público, el salmista sentía su corazón enfermo. No buscaba comodidades ni honores, solo deseaba la comunión con su Dios. Esta era una necesidad vital para su alma. Este no era considerado solo como un dulce privilegio. Era una necesidad vital, como el agua para el ciervo.

Si tenía a su Dios, estaría contento, como el ciervo que sacia su sed y puede estar totalmente satisfecho; pero no tener a su Señor, es tener un corazón que jadea, un pecho que palpita, un ser estremecido, como uno a quien le falta el aire después de una carrera.

La sed es una necesidad perpetua y no hay que olvidarla. Así de continuo debe ser  el anhelo del corazón hacia Dios. Sentir sed por el Señor, se convierte en una dulce amargura. Cuando hemos vivido en el amor y la comunión de Dios y la perdemos, lo mejor es ser desgraciados hasta que recuperamos su comunión y jadeamos en su búsqueda.

Cuando en nosotros sea tan  natural anhelar a Dios como un animal sediento de agua, podremos decir que las cosas van bien en nuestra alma, aunque sean muy dolorosos nuestros sentimientos. El salmista nos enseña que es oportuno hacer valer ante el Señor, nuestro deseo ferviente de su presencia. Debemos ser intensos puesto que hay promesas especiales cuando somos fervientes y le buscamos de forma oportuna.

El corazón debe descansar solo en el Señor. Cualquier deber o placer que quiera suplantar el descanso que solo en Cristo obtenemos, debemos desecharlo. Nuestra relación debe ser con el cielo y comunión íntima con Cristo, ese es nuestro más magnifico descanso.

¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?¡Que magnifica interrogante”, pero su más exacta traducción del hebreo nos lleva más allá de lo que el salmista dice.

¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios? o “El ver el rostro de Dios” .Spurgeon nos enseña a combinar ambas ideas y nos propone lo siguiente. ¿Quiere ver a su Dios y ser visto por El? ; ¡esto es digno de ser buscado!

Solo el que ha sido redimido puede decir con total sinceridad “¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”. El que aborrece a su creador no puede pronunciar estas palabras. Estas pobres almas son como aquellos demonios que dijeron a Cristo “que los atormentaba antes de su tiempo”.

No hay ladrón que quiera estar ante un juez,  por ellos no existieran para no ver sus malas obras. Así es con los hombres del mundo con respecto a Dios, solo desean huir y esconderse de Él. Pero el que le ama y conoce su obra, solo anhela su extraordinaria y pacifica presencia. La luz es lo que lo atrae y subyuga, el alma anhelante solo quiere estar cerca de su creador. ¿A dónde huiré de tu presencia? Él lo llena todo de la más exquisita forma y realidad.

Ante Dios lloramos y derramamos el alma y lo hacemos con franqueza. Esta es una prueba de sinceridad. Dicen que no hay pena más triste que la pena seca. Las lágrimas limpian las ventanas de nuestra alma y cada lágrima ya está en su copa. Apocalipsis dice que serán derramadas sobre la tierra. Ese es el valor que tienen los sufrimientos sinceros del  verdadero Hijo de Dios.

El mundo grita ¿Dónde está tu Dios? El enemigo sabe que la peor desgracia es perder el favor de Dios. Por eso nos insulta con tal viles palabras. Nuestros oídos solo escuchen a nuestro Dios. Cristo lo hizo en la tentación. El insolente enemigo le dijo “Si eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en pan”. Si lograba hacerlo dudar, lo dividiría de su Padre. Satanás solo quiere dividir y separarnos de la presencia del Señor, por medio de la duda.

 Escapemos de esta provocación derramando nuestra alma dentro de nosotros. Debemos hacerlo delante de Dios, ante su santo rostro de amor y misericordia. Digamos a nuestra alma ¿Por qué te abates, oh alma mía? Basta solo con recordar uno, solo uno de sus favores y toda duda se derrite ante esa bondad. Es imposible dudar, es imposible claudicar. Dios ha hecho ya demasiado en tu vida para que permitas dudar. No ofendamos a tan grande amor. Él dijo de sí mismo, “YO SOY FIEL Y VERDADERO”.

Si tenemos pena, la mejor cirugía para curarla, es encontrar su causa. Cuando somos ignorantes de ella somos infelices. Debemos saber que hay una pena que no nos lleva al arrepentimiento. Esa viene del mal, del enemigo. Solo produce remordimiento por nuestra reputación, por lo perdido, por nuestro orgullo. Pero la pena que bien del Espíritu Santo nos consume hasta la muerte. Esa es la verdadera, porque nuestro dolor es por haberle fallado a Él, por haber lastimado su dulce y tierno corazón. El que no se merece ni el más mínimo dolor de nuestra parte. Porque, como en el martirio, no es la espada, el fuego ni lo que sufrimos lo que nos justifica, sino aquello por lo que sufrimos.

La fe y la esperanza siempre van unidas. La esperanza nunca produce más gozo que en la aflicción. Solo debemos esperar en Dios. La fe le dice a nuestra alma todo lo que Cristo ha hecho por ella, y así la consuela y conforta. La esperanza le dice al corazón lo que Cristo hará y seguirá haciendo. Nos lleva a ver el futuro glorioso con Él. Fe y esperanza están fundamentadas en Cristo y su promesa.

Nos es necesario esperar en Dios, ¡porque aun hemos de alabarle!. Aún en las peores circunstancias. Como un creyente desahuciado que dice “Esta enfermedad no es para muerte”; porque sabe que aunque sea  la primera muerte (la física), no será la segunda. Se levantará en resurrección ante su Dios.

Es impresionante ver a un Job sentado sobre cenizas, rascando sus llagas, su ganado destruido, sus hijos muertos. Pero,  fue luego más rico de lo que nunca fue. La misericordia de Dios muestra en sus actos su buen deseo para el hombre y hace que los rectos exclamen cantando: “El Señor ha triunfado gloriosamente”

Si queremos estar más seguros en el Señor, debemos reforzar el creer, porque las evidencias del cielo son claras, no las pongamos en duda. Nuestro pecado está en que pasamos más tiempo haciendo preguntas, dudando, que tratando de confiar y tener consuelo. En medio de tanto razonamiento terminamos en la incredulidad y decimos Señor, por que debo creer?

Aunque todas las ondas de Dios deban pasar sobre nosotros. El consuelo es que todas son enviadas por Dios y dirigidas por Él y sus soberanos designios. El Hijo de Dios solo se resigna a ellas y espera en su Dios.

Este Salmo concluye como comienza. El salmista llegó hasta aquí; no sólo reprendió a su alma por su desasosiego, sino que le encargó que confiara en Dios. Dios toma su decisión, y ¿quién puede cambiarla? Él hará que suceda lo que ha decretado sobre nosotros.

“La primavera, aunque llegue tarde, por fin extenderá su manto de belleza y de luz.”



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