Aprendamos del Salmo 43

 

SALMO 43  

Plegaria pidiendo vindicación y liberación

SALMOS 43:1-5 “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; Líbrame de gente impía, y del hombre engañoso e inicuo. Pues que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo? Envía tu luz y tu verdad; estas me guiarán; Me conducirán a tu santo monte, Y a tus moradas.  Entraré al altar de Dios, Al Dios de mi alegría y de mi gozo; Y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío. ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”

En este bello salmo se puede ver una relación muy estrecha con el anterior. Ambos salmos tratan el tema de la depresión espiritual, ese problema común es el cordón umbilical entre ellos. En antiguos escritos hebreos se unen estos salmos como uno solo.

Para muchos comentaristas este salmo 43 es un apéndice del salmo 42, quizás porque la poesía de este resulto profundamente de su agrado y quiso luego agregar más contenido a su salmo. Se considera en su estructura como un salmo que va evolucionando de un estado de depresión a una procesión de alabanza.

El salmista clama a Dios.

“Dios, ¿dónde estás cuando los malvados me rodean? Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; Líbrame de gente impía, y del hombre engañoso e inicuo.”

Es muy normal en los salmos considerar el sentirse tratado injustamente. En esta ocasión el salmista desea conducir a sus oyentes hacia el lugar correcto y hacia el único lugar en donde se encuentra el verdadero sentido de justicia; el trono de Dios.

Nunca es fácil compartir la vida con otros, menos ser libre todo el tiempo de no sufrir algún mal entendido, o malas relaciones. El salmista era experto en tratar con personas difíciles; pero aquí hace una diferencia de aquello que no solo son difíciles, sino que tienen intenciones perversas. Aquellas personas que se gozan en hacer daño y que siempre están buscando la ocasión para verlo tropezar. El malo que el describe, es aquel hombre que actúa con engaño y que sabe encubrirla sutilmente. Sin duda, estas son situaciones muy difíciles de tratar, por eso el salmista dice que deben ser llevadas necesariamente ante Dios, porque es el único que puede resolverlas y nos vindica. Para Dios, el que actúa de esta manera, es aborrecible a su presencia.

Es muy natural que en estas situaciones los pensamientos se confundan y el alma se turbe. Se anhela con locura la protección y la solución rápida de los procesos que se viven. Es como un grito del alma que ruega por socorro y liberación. Es el grito del alma que le pregunta al Señor ¿por qué pareces tan distante de mí? Pues que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo?

Clama a Dios aquel que tiene una relación con él. Su alma está enraizada y le es natural mirar al Dios de su salvación. Para el que no conoce a Dios, esto no es un problema, pero para aquel que ha experimentado la bondad del Señor, que retarde su ayuda es una tortura.

Proverbios 13:12 La esperanza que se demora es tormento del corazón; Pero árbol de vida es el deseo cumplido.

Clama el alma atribulada, ¡donde esta Dios en este momento crítico!. La verdad ahí mismo, donde siempre ha estado, pleno en su soberanía.

Las personas de fe que son probadas, siempre preguntan ¿Por qué? El salmista se preguntaba por qué Dios no hacía las cosas de acuerdo con su pensamiento, especialmente cuando la respuesta podía parecer evidente. El salmista sabía que su propia luz y verdad no eran suficientes y necesitaba la luz y la verdad de Dios. No estaban dentro de él, así que si Dios no las enviaba, no las tendría. El anhelaba esa  luz que es sinónimo de la verdad, del favor divino, el cual encerraban la respuesta de las promesas que el Señor le había hecho.

La luz del Señor era la guía que necesitaba, por eso rogaba por ella sumisamente.  “Señor, no quiero que envíes Tu luz y tu verdad solo para que pueda admirarlas. Quiero someterme a Tu luz y Tu verdad y hacer que me guíen. Necesito un líder, así que guíame”.

Al confesar esta verdad algo pasa dentro del alma del salmista. Una procesión de alabanza comienza a surgir dentro de su ser. Sus primeras palabras comienzan en depresión, pero terminará alabando a Dios. Todo comenzó con la luz y la verdad de Dios guiando el camino.

La luz y la verdad de Dios no deben ser buscadas para ser exaltados. Ellas deben convertirse en nuestras guías prácticas para la comunión más cercana con Dios.

Ahora que el salmista deja clara estas verdades, describe su respuesta a la respuesta venidera de Dios.

“Cuando respondas a mi oración, iré a tu casa. Me conducirán a tu santo monte, Y a tus moradas.”

En primer lugar, la luz y la verdad de Dios lo llevarían a un lugar específico. Al Santo Monte del Señor, a sus moradas eternas. Luego, puede venir el segundo paso en la procesión de alabanza. Guiado por la luz y la verdad de Dios, el salmista llegó al tabernáculo, a la tienda del encuentro con Dios. En nuestro tiempo, cualquier lugar donde nos encontremos con Él, puede convertirse en un tabernáculo. Su Santo Monte y sus moradas.

El salmista deseaba ir a ese lugar, porque el Señor está ahí de una manera muy especial. Él sabía que el pueblo de Dios está ahí. Para el salmista era el único lugar en donde solo podía enfocarse en el Señor. Era el lugar perfecto para esperar la respuesta a su clamor.

“Cuando respondas a mi oración, te alabaré. Entraré al altar de Dios, Al Dios de mi alegría y de mi gozo; Y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.”

El salmista entra al altar de Dios lleno de fe, su corazón sentía ya la respuesta favorable a su oración y declara que hará un sacrificio (iría al altar) cuando su respuesta llegara. Esto no sería un sacrificio de expiación por el pecado, sino de gratitud y celebración de la comunión con Dios.

El altar, es la tercera parada en su procesión de oración. Primero la luz y la verdad lo conducen al monte santo, luego va al tabernáculo del Señor y finalmente llega al altar. El camino a Dios es siempre el camino del altar. El camino al altar se abre mediante el envío de la luz y la verdad de Dios. Cuando seguimos la luz y la verdad del Señor, nos llevará a Su altar; la cruz donde Jesús fue entregado como sacrificio por nuestros pecados.

Cuando el escritor de Hebreos declaró:

Hebreos 13:10 “Tenemos un altar, del cual no tienen derecho de comer los que sirven al tabernáculo.”

Probablemente se refería a la provisión de Dios en la cruz, la ofrenda suprema en el altar supremo de Dios. Podemos ir al altar de Dios yendo con fe a la cruz de Jesús y pensando profundamente en Su obra y victoria allí.

Bajo el Nuevo Pacto ya no ofrecemos sacrificios de animales, pero aún traemos el sacrificio de alabanza.

Hebreos 13:15 “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.”

El salmista no solo alabaría a Dios con sacrificio de animales, sino también con música y cánticos. Este es el final, el último lugar de su destino en la procesión de alabanza. Guiado por la luz y la verdad del Señor, llegó a la casa de Dios, al altar de Dios, y luego culminó con adoración.

El final de esta procesión es el momento de agradecer por lo que está seguro recibirá, aquello tan anhelado y que ha significado sufrimiento, espera, lucha emocional en el proceso. En este momento el salmista culmina desafiando sus propios sentimientos. “Cuando respondas a mi oración, desafiaré mis sentimientos.”

“¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”

No hay mejor esperanza que la que está arraigada en la salvación del Señor, pero no había llegado aún. Mientras no llegaba, el salmista no se rindió a sus sentimientos de depresión y desánimo. En cambio, desafió esos sentimientos y se los llevó a Dios. Les dijo a los sentimientos de desánimo y falta de paz: “Espera en Dios. Él volverá a responder fielmente, porque lo ha hecho antes”.

Al final de este salmo ninguna circunstancia había cambiado para el salmista, solo su actitud, pero eso hacia toda la diferencia.

Aunque no llegue la respuesta, aunque el misterio y la oscuridad la rodeen. Al final se ve el brillante camino; no obstante el salmista le prohíbe a su alma la desesperación, y la guía y alienta a la esperanza solo en Dios.

“PORQUE AÚN HE DE ALABARLE, SALVACIÓN MÍA Y DIOS MÍO.”

Esta final declaración vuelve al conflicto entre la fe y la duda, al contraste entre el presente y el futuro, y a la esperanza de que ‘todavía lo alabaré’”.

El salmista sabía que necesitaba salvación y Dios era el único para traerla. La paz y el gozo que provienen de confiar y alabar a Dios nos ayudarán.

El salmista puede alabar al Señor con gran gozo, porque la salvación del Señor es mucho más grande que una ayuda. Aunque exteriormente nada ha cambiado, pero él ha ganado.

Este bello salmo plantea esta interrogante ¿Existe una cura para la depresión?

 Sí. Pero no está en nosotros. Está en Dios. La cura es buscar el rostro de Dios, para que nuestro rostro no quede abatido. Esto es lo que hizo el salmista.

Aunque la fe tenga una larga lucha con el miedo, existe una última palabra y esta será:



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